EL MISTERIO DE LOS CERDOS CANTORES


La novela que relata la historia casi real de unos cerdos que cantaron

Capítulo 0: Preludio. El matrrimonio Vólkov

—Yo quiero decirr algo. Marrina me ha recordado una leyenda que creo debéis saberr antes de entrar a oírr los cerdos. Es una leyenda que se cuenta en Rrusia a los niños para darles miedo.

Y nos quedamos todos sorprendidos y en silencio.

—Ah, ¿cuál? —Dije intentando parecer convincente aunque lo que realmente pensaba era si esto tenía relación con la petición que casi le había hecho antes.

Basil, ya seguro de sí mismo, empezó a contar una historia con la entonación más adecuada de una noche a luz de la hoguera y con la tormenta como fondo musical, que de las circunstancias que nos encontrábamos; pero siguiendo el ritmo que le marcaba su poco conocimiento de nuestra lengua y con el peculiar acento consecuencia de su tendencia fonética a arrastrar las erres, soltó, en frases cortas y dilatados silencios, lo siguiente:

—Resulta que hará unos bastantes años en Rrusia ocurrió algo parecido a lo que pasa aquí. En la estepa rrusa vivían el matrimonio Vólkov, que tenía una pequeña granja de unas ciento cincuenta cerrdas. Un buen día, Alexey Vólkov descubrió asustado que sus cerrdos cantaban, ¡como es aquí!

»La canción no la sé, pero también erra algo sobre la esclavitud, ¡como es aquí!

»Al principio se asustaron mucho y decidieron llamarr al veterinario del pueblo más cercano. Éste vino y declaró que no erra una enfermedad pero que erra extraño y lo comunicó a sus superiores. ¡Como es aquí!

»Esto hizo que la novedad pasarra de boca en boca y que despertara la curiosidad de los vecinos, primero, y de casi toda Rrusia, después. ¡Como…!

—¡Como es aquí! Ya lo sé —interrumpí con una sensación entre divertido e intrigado.

—Entonces, de todas partes empezaron a llegarr gente. El matrimonio Vólkov primero los enseñó gratis, pero luego vio la posibilidad de ganarr dinero con las visitas y puso prrecio. Éste fue aumentando con el tiempo. De este modo pasó casi un año en el que los Vólkov ganaron muchos rrublos. Pero un día la mujer se puso enferrma. Nada grave, pero tuvieron que irr al médico y cerrar la granja. De buena mañana pusieron un cartel que volverían por la noche y se marcharron.

»Durante ese día fueron llegando gente a la pequeña explotación pero, al encontrarla cerrada, algunos decidieron irse. El resto se quedaron con la esperanza que el matrimonio volvierra pronto.

»Ya empezaba a hacerrse de noche y el cielo amenazaba tormenta. Aún estaban unas quince personas esperrando en la puerta. ¡Como los que estamos aquí! —y esta vez el silencio fue más prolongado.

»Y viendo que la familia Vólkov no volvía (se habían quedado a dormir en el hospital ya que les faltaba hacer una prrueba a la mujer), decidieron entrar rompiendo el candado de la puerta. Y así lo hicierron.

»De lo que pasó seguidamente sólo se sabe lo que dijo un hombre que logró llegarr a una granja cercana instantes antes de morirr por las horrorosas herridas que tenía por todo el cuerpo —y dejó resbalar las erres en el aire con toda mala intención.

»Lo que contó el único superviviente a los granjerros vecinos fue que entrarron y no oyerron nada. Pero que al encender las luces encontraron algo que no se esperraban. Vieron a los cerdos saltando al pasillo y corriendo hacia ellos. El grupo de humanos intentó escaparr pero ya no estuvieron a tiempo, los cerdos les atacaron y los matarron arrancándoles la carrne de sus cuerpos a morrdiscos —¡hostia!, ¡esto nos dejó a todos, incluso a mí, realmente acojonados!

»Rápidamente avisaron a la policía y, estos, al ejérrcito. Cuando llegaron a la granja se encontraron los restos de catorce cadáveres casi totalmente devorrados y sangre y vísceras por todas partes. Las parredes estaban todas salpicadas de rrojo y había charrcos del mismo color por el suelo —¡en este momento, si alguien hubiera tirado un petardo o lanzado un chillido en la sala que estábamos, como seis o siete infartos seguro que caen!

»Pero lo más enigmático, es que no hubo ni rastro de los cerrdos. Habían desaparecido. Con helicópteros y soldados en tierra buscarron hasta rastrear un perímetro de cuarrenta kilómetros alrededor de la granja. Diez veces más de lo que puede correr un cerrdo en un día. Y nada. No los encontraron —ahora, Basil, ya había ganado el premio al mejor asustador de la sala.

 


© Roger Galofré